Cuando respeto la imagen de Dios en otros…

Cuando respeto la imagen de Dios en otros, protejo la imagen de Dios en mí. Cuando Jesús habla de amar a nuestro prójimo, no es tanto por el bien de nuestro prójimo. Cuando no amamos a nuestro prójimo, algo nos sucede.

Y al procurar proteger la imagen de Dios en ellos, es probable que protejamos a la vez la imagen de Dios en nosotros. Porque mediante cada decisión, conversación, gesto, comentario, acción y actitud, invitamos al cielo o al infierno a venir a la tierra.

Tengo una nueva heroína. Se llama Lil, y me parece que debe andar por los cincuenta largos. La conocí a principio de este año, cuando me presentó a si hija, a la que llevaba en su silla de ruedas. Al inicio de su matrimonio, Lil y su marido decidieron adoptar dos niños. Al conectarse con el sistema de servicios familiares, descubrieron que habían niños en el sistema que nadie quería recibir. Así que fueron a la agencia local de adopciones y pidieron los niños que tuvieran las discapacidades más pronunciadas, las historias más traumáticas y cuyo futuro fuera menos esperanzador. Solicitaron hacerse cargo de esos niños que nadie quería. Durante los últimos treinta años han criado más de veinte niños, atendiendo a sus hijos bilógicos a la par de los adoptivos.

Cuando llegó Lil a este punto del relato, se inclinó y palmeó a su hija mientras decía: «Ella es Cristal. Tiene 27 años de edad, pero tendrá una edad evolutiva de unos seis meses durante el resto de su vida. No puede hablar, caminar, moverse, alimentarse sola, ni hacer nada por sí misma. Seguirá así, con una total dependencia de nosotros, hasta el día que muera. Y yo la amo mucho. Tanto mi familia como yo no podemos imaginar la vida sin ella. Cristal hace que todo sea mucho mejor»

¿Qué es lo que hace Lil?

Trae el cielo a la tierra.

Nos permite echarle un vistazo a otra esfera. A una manera mejor de vivir. La manera de Dios. 

Ella y su familia se han hecho cargo de niños que fueron descartados a causa de lo que se percibía como su falta de valía, y le dijeron: «No, no tienen por qué ser rechazados ni abandonados. Vamos a amarlos como a un igual, como a un ser humano, como a uno de nosotros»

Ellos nos muestran cómo nos ama Dios.

Reflejan la imagen. Y cuando la vemos vivida de esta manera, vemos que el cielo irrumpe en la tierra.

En lugar de percibir etiquetas como «discapacitados», «rechazados» o «inválido», Lil, su marido y sus hijos ven solo este rótulo: «ser humano»

Se modo que solo tienen una respuesta: amor.

Y eso importa muchísimo, tanto en el cielo como en la tierra.

 

Del libro SEXO DIOS de Rob Bell (que estoy leyendo y recomiendo)

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Una iglesia diferente

Hace algunos años volé a Hawai porque tenía que participar como orador en una conferencia. Llegue al hotel y trate de dormir. Desafortunadamente, mi reloj interno me despertó a las tres de la mañana. La noche era oscura, las calles silenciosas, el mundo estaba dormido, pero yo me encontraba bien despierto y mi estomago rugía de hambre.
Me levante y ronde las calles buscando algún lugar donde comer huevos y tocino, quería un desayuno tempranero. Todo estaba cerrado con excepción de una vieja y pequeña cafetería la final de un callejón. Entré y me senté en uno de los bancos altos de la barra. El tipo gordo que estaba detrás del mostrador se acercó y me dijo con un tono gruñón: ¿Qué va a querer?
Bueno, para entonces, ya se me había quitado el hambre. Pero al ver unas roscas adentro de un recipiente plástico, le respondí: Quiero una rosca y un café negro.
Mientras me encontraba sentado allí comiendo una de las roscas y sorbiendo el café a las tres de la mañana, entraron hablando fuerte y riéndose escandalosamente ocho o nueva prostitutas muy provocativas. Venían de terminar su trabajo de esa noche. Se sentaron también a la barra, y al instante descubrí que me encontraba incómodamente rodeado por este grupo de prostitutas que fumaban y decían malas palabras.
Me atraganté con el café deseando salir lo antes posible de esa situación. De repente, la que estaba a mi lado le comentó a otra: Sabes que? Mañana es mi cumpleaños. Cumplo treinta y nueve años. A lo que la compañera, en forma de burla, le contesto: ¿Y qué esperas de mí? ¿Una fiesta de cumpleaños? ¿Eh? ¿Quieres que te consiga un pastel y te cante cumpleaños feliz? La que cumplía años le contesto: Oh, ¿Por qué tienes que ser tan mala conmigo? ¿Por qué siempre me rebajas así? Solo estaba diciendo que era mi cumpleaños. No quiero nada de ti. ¿Por qué iba a esperar una fiesta de cumpleaños ahora, si nunca en mi vida me han celebrado una?
Al escuchar esas palabras tome una decisión. Me quedé sentado y esperé hasta que las mujeres se hubieran ido. Inmediatamente después le pregunté al gordo de la barra: ¿Ellas vienen aquí todas las noches? Si, contesto él. ¿Y la que estaba aquí sentada?- le pregunté- viene todas las noches.
Si, dijo se llama Agnes. Ella viene todas las noches. Ha estado viniendo por años. ¿Por qué quieres saber? ¿Por qué acaba de decir que mañana es su cumpleaños? ¿Qué dices? ¿Crees que podamos organizarle una pequeña fiesta de cumpleaños acá en la cafetería? –Inquirí.
Una sonrisa ocurrente surgió de entre sus cachetes redondos. Eso sería genial – me respondió- Si eso sería genial. Me gusta la idea. Mañana es el cumpleaños de Agnes y este quiere hacerle una fiesta aquí – grito el gordo. Su esposa salió de la cocina.
Eso sería genial – dijo- ¿Sabes? Agnes es muy buena gente. Siempre está tratando de ayudar a otros y nunca nadie ha hecho algo por ella. Así que hicimos planes.
Yo les dije que regresaría la siguiente madrugada a las dos y media de la mañana con algunos elementos decorativos de cumpleaños. El gordo, que se llamaba Harry, prometió hacer un pastel. A las dos y media de la madrugada siguiente regrese al bar. Había conseguido guirnaldas de colores y un cartel que decía Feliz Cumpleaños, Agnes. Decoramos el lugar para que se viera lindo. Harry había contado en la calle acerca de la fiesta de cumpleaños y para las tres y cuarto de la mañana todas las prostitutas de Honolulu se encantaraban ahí. Había prostitutas de pared a pared. Y yo en medio de ellas.
A las tres y media en punto, la puerta se abrió y entro Agnes con sus amigas. Yo ya tenía a todos preparados. Así que gritamos Feliz Cumpleaños, Agnes!
Agnes nunca antes había sido sorprendida de esa manera. Estaba petrificada, tenía la boca abierta de par en par, las rodillas le temblaban y casi se cayó al suelo. Cuando apareció Harry con el pastel y todas las velas encendidas, Agnes perdió la compostura y comenzó a llorar sin parar. Harry, que no estaba acostumbrado a ver llorar a una prostituta en su cafetería, con voz quebrada le dijo: Sopla las velas Agnes. Corta el pastel.
Cuando Agnes logro recobrar su compostura, se acerco al pastel y con un soplido apago las velas. Todos gritaron y celebraron: ¡Corta el pastel! Agnes, ¡corta el pastel! Sin embargo Agnes, sin poder quitarle los ojos de encima al pastel, pregunto: Harry, ¿Está bien? ¿Está bien si me quedo con el pastel unos momentos? ¿Está bien si no nos lo cómenos de inmediato? Harry no sabía que decir, así que se encogió de hombros y le respondió: Claro, si eso es lo que quieres hacer. Quédate con el pastel. Llévatelo a tu casa si quieres. ¿De veras puedo?, Averiguo Agnes mirándome. Yo vivo al otro lado de la calle. Quiero llevarme el pastel a casa, ¿Está bien? Regreso ahora mismo, lo prometo.
Así que se levanto banqueta, tomo el pastel como su fuera el santo cáliz, y salió. Todos quedaron atónitos en silencio cuando la puerta se cerró detrás de Agnes. Nadie sabía qué hacer. Todos se miraban los unos a los otros y luego me miraron a mí. Así que me pare un una silla y dije: ¿Que les parece si oramos todos juntos? Y ahí en esa cafetería vieja y sucia, la mitad de las prostitutas de Honolulu me escucharon orar a las tres y media de la mañana por Agnes, su vida, su salud y su salvación. Recuerdo que le pedí a Dios que le cambiara su vida y que fuera bueno con ella. Cuando terminamos, Harry se acerco y con algo de hostilidad en la voz me dijo: Eh, ¡Tú nunca me dijiste que eras un predicador! ¿A qué clase de iglesias vas?
En uno de esos momentos de inspiración en el que las palabras correctas brotan naturalmente, le conteste: Yo pertenezco a la clase de iglesia que le hace fiestas de cumpleaños a las prostitutas a las tres y media de la mañana. Harry se quedo pensando por un momento y agrego: No, eso no puede ser. No existen iglesias así. Si las hubiera, yo asistiría a una. ¡Sí! Yo quisiera ir a una iglesia así. De modo que al empezar este libro, yo te pregunto: ¿A qué clase de iglesia vas? ¿Qué clase de iglesia estás haciendo?

 

Prólogo del libro Agorafobia de Junior Zapata

Trabajadores de la viña

El reino de Dios es como el dueño de una finca que salió bien temprano a contratar trabajadores para su viñedo.

Se puso de acuerdo con ellos en el pago por día de trabajo y los envió a trabajar.

Casi a las nueve de la mañana salió a buscar más trabajadores y encontró a algunos. Les ofreció el empleo y ellos aceptaron.

Al mediodía y a las tres de la tarde volvió e hizo lo mismo. Cuando eran las cinco salió otra vez y vió a algunos desempleados en la plaza de mercado. Les preguntó: Por qué ustedes no están trabando? Ellos le respondieron: Porque nadie nos ha contratado. Él les dijo: Vayan ustedes también a trabajar en mi viñedo»

Cuando se hizo de noche, el dueño le dijo al encargado: «Llama a los trabajadores y págales. Empieza desde los últimos que se contrataron hasta los que se contrataron al principio»

Se presentaron los que se habían contratado a las cinco de la tarde y cada uno recibió el pago de un día.

Cuando llegaron los primeros que se habían contratado, creyeron que les iban a pagar más, pero recibieron el mismo pago. Lo recibieron y empezaron a quejarse con el dueño del terreno, diciendo: «Los últimos que se contrataron sólo trabajaron una hora y usted le pagó lo mismo que a nosotros que trabajamos todo el día aguantando el calor»

El dueño le contestó: «Amigo, yo no soy injusto contigo. ¿No nos pusimos de acuerdo en que yo te daría el pago de un día de trabajo? Toma lo que es tuyo y vete a tu casa. Al último que contraté quiero darle lo mismo que a tí. ¿No tengo derecho de hacer lo que quiera con mi dinero? ¿O es que estás celoso porque soy generoso con los demás?

Así es que los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos.

Mateo 20:1-16

La envidia no nos deja disfrutar de las bendiciones que nos han dado.

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