#Justicia para todos

LECTURA
Daniel 7:9-10

Estuve mirando hasta que fueron puestos unos tronos y se sentó un Anciano de días.
Su vestido era blanco como la nieve; el pelo de su cabeza, como lana limpia; su trono, llama de fuego, y fuego ardiente las ruedas del mismo.
Un río de fuego procedía y salía de delante de él; miles de miles lo servían, y millones de millones estaban delante de él. El Juez se sentó y los libros fueron abiertos.

REFLEXIÓN
Justicia para todos

En la historia de Inglaterra hay un incidente que ilustra el ideal de la justicia imparcial. Un siervo del Príncipe de Gales cometió un delito, y a pesar de la influencia del príncipe el siervo fue sentenciado. Enojado, el príncipe entró en el tribunal y demandó al magistrado que librara al prisionero. El magistrado en jefe, Gascoigne, aconsejó que el príncipe llevara su petición a su padre, el Rey Enrique IV, quién quizás perdonaría al prisionero. El joven príncipe, furioso porque el magistrado no le obedecía trató de quitarle el prisionero al alcaide y llevárselo. El magistrado en ese momento se puso en pie y con voz severa demandó que el príncipe obedeciera la ley y que pusiera mejor ejemplo a sus súbditos. Luego sentenció al príncipe por contumacia. El joven príncipe reconoció la afrenta que había cometido contra la corte y sumiso fue a la prisión.

Cuando las noticias llegaron al Rey Enrique IV, éste exclamó «Bienaventurado el rey que tiene a un magistrado poseído del valor para administrar imparcialmente las leyes; y aún más feliz es el rey cuyo hijo se somete a su justo castigo por haberlas ofendido».

Mis queridos hermanos y amigos, nosotros tenemos un Rey perfecto y un Juez perfecto. El eterno Dios y Su hijo Jesús. Cuando se abran los libros Su justicia y su realeza se harán efectivas en nosotros, por lo tanto podemos depositar nuestra confianza en nuestro amado Padre y en Su Hijo Jesús, nuestro Señor y Salvador.

Que Dios te bendiga

Fundación Unánimes

Lugar para la duda

Creemos y dejamos de creer un centenar de veces por hora, lo cual mantiene ágil nuestra fe. Mily Dickinson

 

Con frecuencia Dios hace su obra por medio de «tontos santos», soñadores que se lanzan movidos por una fe ridícula, mientras que yo me enfrento a la toma de desiciones de una forma calculada y cautelosa.  Por cierto, en las cuestiones de fe parece aplicarse una curiosa ley de inversión. El mundo moderno honra la inteligencia, el buen aspecto externo, la firmeza y el refinamiento. Al perecer, Dios no. Para realizar su obra, Dios se apoya con frecuencia en personas sencillas y sin estudios que lo más que saben es confiar en él, y por medio de ellos se producen maravillas. La persona menos dotada se puede convertir en una experta en oración, porque la oración solo requiere de un intenso anhelo de pasar tiempo con Dios.

Mi iglesia de Chicago, que es una encantadora mezcla de grupo raciales y económicos, programó en una ocasión una vigilia de oración de toda la noche durante una crisis importante. Varias personas manifestaron su preocupación. ¿Habría seguridad, teniendo en cuenta que nuestro vecindario se halla en los barrios bajos? ¿Deberíamos contratar guardias o escoltas para la zona de estacionamiento? ¿Y si no llega nadie? Discutimos largamente los aspectos prácticos de aquella noche de oración antes de fijarla en el calendario.

Los miembros más pobres de la congregación, un grupo de ancianos de un proyecto de viviendas baratas, fueron los que respondieron con mayor entusiasmo a la vigilia de oración. No podía menos que preguntarme cuántas de sus oraciones habían quedado sin respuesta a lo largo de los años _vivían en aquellos lugares, al fin y al cabo, en medio del crimen, la pobreza y el sufrimiento_ y sin embargo, manifestaban una confianza de niños en el poder de la oración. «¿Cuánto tiempo se quieren quedar; una hora o dos?», les preguntamos, pensando en la organización del transporte. «No; nos vamos a quedar toda la noche» _contestaron.

Una dama afroamericana de más de noventa años, que caminaba con un bastón y apenas podía ver, le explicó a un miembro del personal de la iglesia por qué ella se quería pasar la noche sentada en las duras bancas de una iglesia en un barrio peligroso. «Verá, son muchas las cosas que no podemos hacer en esta iglesia. No tenemos muchos estudios, y ya no nos queda tanta energía como a muchos de ustedes, que son más jòvenes. Pero sí podemos orar. Tenemos el tiempo y tenemos la fe. Al fin y al cabo, muchos de nosotros no dormimos tanto. Podemos orar toda la noche si es necesario»

Y lo hicieron. Mientras tanto, un puñado de gente en buena posición que eran miembros de una iglesia de un barrio bajo, aprendieron una importante lección: la fe aparece donde menos la esperamos, y vacila donde debería florecer.

A pesar de mi escepticismo, suspiro por el tipo de fe que era tan natural en aquellos ancianos; la fe de niños que le pide a Dios lo imposible. Lo hago por una razón. Jesús valoraba notablemente esa fe, como nos hacen ver los relatos de milagros en los Evangelios. «Tu fe te ha sanado»_solía decir, desviando la atención de sí mismo a la persona sanada. El poder milagroso no procedía solo de él, sino que de alguna forma, dependía también del que recibía el milagro.

Leyendo juntos todos los relatos de sus milagros, noto que la fe se presenta en diferentes grados. Unos pocos manifestaron una fe osada e inconmovible, como el centurión que le dijo a Jesús que no tenía que molestarse en ir a visitar su casa, porque una palabra bastaba para que sanara su siervo en la distancia. «Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe»_observó Jesús asombrado. En otra acasión, una mujer extranjera persiguió a Jesús mientras él andaba en busca de paz y tranquilidad. Al principio, no le respondió ni una sola palabra. Después le respondió duramente, diciéndole que él había sido enviado a las ovejas perdidas de Israel, y no a los «perros». Nada fue capaz de detener a esta obstinada cananea, y su perseverancia le ganó el favor de Jesús. «Oh mujer, grande es tu fe»_le dijo. Estos extranjeros, que eran las personas con menos posibilidad de manifestar una fe fuerte, impresionaron a Jesús. ¿Por qué habrían de poner su confianza un centurión y una cananea sin raíces judías de ninguna clase en un Mesías que a los de su propia raza les costaba aceptar?

En deslumbrante contraste con esto, vemos gente que debió haber entendido mejor las cosas y, sin embargo, tenían una fe muy pobre. Los propios vecinos de Jesús dudaron de él. Juan el Bautista, su primo y precursor, llegó a poner en duda su identidad. Entre los doce discípulos vemos que Tomás dudó, Pedro maldijo y Judas traicionó, todos ellos después de haber pasado tres años con él.

La misma ley de inversión que observé en mi iglesia de Chicago parece aplicarse a los evangelios. La fe aparece donde menos se le espera, y titubea donde debería estar floreciendo. Sin emargo, lo que me da esperanzas es que Jesús actuaba, utilizando la fe que manifestara la persona, aunque fuera una simple semilla. Al fin y al cabo, honró la fe de todos los que le pidieron algo, desde el osado centurión hasta Tomás con sus dudas, y también hasta aquel angustiado padre que clamó: «¡Si creo!…¡Ayúdame en mi poca fe!»

Al observar la amplia gama de fe que se presenta en la Biblia, me pregunto si las personas no se dividirán de manera natural en diversos «tipos de fe» de la misma forma que se dividen en tipos de personalidad. Soy introvertido, y me acerco a los demás con cautela; también a Dios me acerco de la misma forma. Y así como tiendo a ser calculador en cuanto a mis desiciones, y a tomar en cuenta todos sus aspectos, también experimento la maldición del síndrome del «por otra parte» cada vez que leo una resplandeciente promesa en la Biblia. Me solía sentir culpable constantemente por mi falta de fe, y aún anhelo tener más, pero me he ido adaptando poco a poco a mi nivel de fe. No todos somos tímidos, melancólicos o introvertidos; ¿por qué vamos a esperar que todos tengamos la misma medida o el mismo tipo de fe?

Philip Yancey. De su libro: Alcanzando al Dios invisible, que recomiendo leer.

@emldg

Volví a leer e…

Volví a leer el libro de Job buscando el porqué Dios le dijo a Job que sus amigos estaban equivocados. Las palabras de los sabios parecen tan convincente, que si le damos una lectura rápida, también las creemos y las propagamos.

Desde la introducción del libro se nos dice el origen de los sufrimientos que Job va a comenzar a padecer. No lo vemos imediatamente porque nos interesamos en las tragedias que una tras otra vienen sobre la vida de este hombre que no entiende por qué le suceden, tan repentinamente, ese conjunto de situaciones tan dolorosas. Perdió todos sus bienes, sus hijos, sus trabajadores,…

Job, en medio de su dolor, se postra en adoración ante su Dios: «Dios me dio todas esas cosas y Dios me las quitó»

 A Job también se le quita la salud. De repente se ve cubierto de la cabeza a los pies con una llaga que lo desespera por la picazón que le causa.

Sucede con Job lo mismo que ha todos los que pasan por tragedias: es dejado sólo.  Pero hay unos amigos que se atreven a acercarse y cuando lo ven, de quedan callados por siete días y siete noches (creo que fue el mejor momento de esa visita).

Después comienzan a tratar de dar explicaciones a Job del porqué de su sufrimientos. Como ellos no estuvieron presentes en esa reunión celestial donde se lanza un reto, no pueden acertar en sus evaluaciones de la conducta de Job.

Es fácil proclamar la propia bondad o que otros hombres te alaben, pero que sea Dios quien le diga a otros que está contento de ver tu buena conducta, es otra cosa!

Así sucede en este caso. Dios prueba la vida de Job dejando que un ser tan malvado tome el control de algunas cosas que Dios le había dado a Job.

Lo que yo admiro de Job es que él estaba conciente de la soberanía de Dios. Los amigos de Job comenzaron a culparlo de que en realidad él era muy malo para que le ocurrieran cosas tan malas.

Aunque Job se queja porque es mucho su dolor, Dios lo entiende; pero sus amigos sacan conclusiones por lo que están viendo.

En los momentos de dolor no te preguntes quién pecó para que esto pasara. Sino extiende tu mano y ayuda, si puedes. De lo contrario, siéntate al lado de la persona, si la amas, y escúchala sin juzgar y deja que exprese su dolor. Mientras tanto eleva tu oración a Dios para que le de la victoria y pueda salir airoso de esa prueba.

Era sólo una prueba más en la vida de Job que lo ayudaría a conocer mejor el amor de Dios para su vida.

La prueba se hace más difícil porque el enemigo de nuestra alma busca que dudemos del amor de Dios.

Algunas expresiones de Job:

«Tampoco ustedes han sido de ayuda, han visto mi calamidad y les da miedo»

«Las palabras sinceras pueden causar dolor, pero, de qué sirven sus críticas?»

«Creen que sus palabras son convincentes cuando ignoran mis gritos de desesperación?»

«No puedo evitar hablar; debo expresar mi angustia. Mi alma llena de amargura debe quejarse»

«Por qué me rechazas, siendo yo obra de tus manos, mientras miras con favor los planes de los malvados?»

«Tú me formaste con tus manos; tú me hiciste, sin embargo, ahora me destruyes por completo»

«Mis amigos se ríen de mí porque clamo a Dios y espero una respuesta»

«La gente que está tranquila se burla de los que están en dificultades»

«Mi desgracia a venido de parte del Señor, ya que la vida de todo ser viviente está en sus manos, así como el aliento de todo ser humano»

«Tengo tanto conocimiento como ustedes, no son mejores que yo»

«¡Si tan sólo se quedaran callados! Es lo más sabio que pueden hacer»

«Mis amigos me desprecian, y derramo mis lágrimas ante Dios»

«Aunque yo hubiera pecado, eso es asunto mío y no de ustedes. Creen que son mejores que yo al usar mi humillación como prueba de mi pecado; pero es Dios quien me hizo daño cuando me atrapó en la red»

«El hará conmigo lo que tiene pensado; él controla mi destino»

«Añoro los días del pasado, cuando Dios me cuidaba, cuando iluminaba el camino delante de mí y yo caminaba seguro en la oscuridad»

Dios le responde a Job. Fue un encuentro que lo llevó a la restauración total. Perdonó a sus amigos y oró por ellos, antes de ser restaurado. Pero ahora Job conocía más de cerca a Dios. En todo ese sufrimiento que le tocó padecer, Job decidió buscar más de Dios en vez de alejarse.

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