El síndrome del socavón

Si mi mundo interior está en orden es porque estoy convencido de que el mundo interior de lo espiritual debe gobernar al mundo exterior de la actividad.

Al despertar, los residentes de cierta casa de apartamentos de la Florida contemplaron por sus ventanas una visión aterradora: la calle situada frente a su edificio se había hundido literalmente, creando una enorme depresión. Al interior del precipicio, cada vez más hondo, se desplomaban automóviles, trozos de calzada, aceras y mobiliario de jardín. Obviamente, el edificio mismo no tardaría en seguir el mismo camino….

Según los científicos, esos socavones ocurren cuando, durante épocas de sequía, las corrientes de agua subterráneas se secan haciendo que la superficie del terreno pierda su soporte. De repente todo se viene sencillamente abajo, dejando a la gente con una aterradora sospecha de que nada, ni siquiera la tierra que pisan, es seguro.

Hay muchas personas cuya vida es como esos socavones. Probablemente muchos de nosotros hemos sentido alguna vez que nos encontramos al borde de un hundimiento parecido: bajo la sensación de una fatiga entumecedora, de un dejo de aparente fracaso, o de la amarga experiencia de la decepción en cuanto a metas o propósitos, quizás hayamos tenidos la impresión de que algo dentro de nosotros cedía. En ocasiones semejantes, nos parece que estamos al borde de un colapso que amenaza con arrastrar todo nuestro mundo a un abismo sin fondo; y a veces poco puede hacerse aparentemente para impedir tal derrumbamiento. ¿Qué es lo que pasa?

Si meditamos en ello durante mucho tiempo, tal vez descubramos la existencia de un espacio interno _nuestro mundo interior_ que antes ignorábamos. Espero que quedará patente que, si lo descuidamos, ese mundo interior no resistirá la carga de los acontecimientos y presiones que pesan sobre él.

Algunos individuos se sorprenden e inquietan al hacer ese descubrimiento de sí mismos, y súbitamente caen en cuenta, de que han invertido la mayor parte de su tiempo y de su energía en establecer su vida en el nivel visible de la superficie. Han acumulado un sinfín de buenas y tal vez excelentes ventajas, tales como títulos académicos, experiencia laboral, relaciones claves y fuerza o belleza.

No hay nada de malo en todo eso; pero con frecuencia, uno descubre casi demasiado tarde que su mundo interior se halla en un estado de confusión o debilidad, y cuando ese es el caso siempre existe la posibilidad de caer en el síndrome del socavón. Debemos llegar a comprender que vivimos en dos mundos muy distintos a la vez. Nuestro mundo exterior o público es más fácil de manejar _mucho más mensurable, visible y dilatable. Se compone de trabajo, juego, posesiones y un sinfín de conocidos que forman la red social en que nos movemos. Constituye la parte de nuestra existencia más fácil de evaluar en términos de éxito, popularidad, riqueza y belleza… Pero nuestro mundo interior es de una naturaleza más espiritual: constituye un centro donde pueden decidirse las opciones y los valores, y practcarse la soledad y la reflexión… Se trata de un lugar de adoración y de confesión, un sitio tranquilo donde no tiene por qué penetrar la contaminación moral y espiritual de nuestros días.

A la mayoría de nosotros se nos ha enseñado a admistrar bien nuestro mundo público. Naturalmente, siempre existirá, el obrero poco formal. la ama de casa desorganizada y el individuo cuyas aptitudes sociales están tan inmaduras que se convierte en una carga para todo el que tiene alrededor. Pero la mayoría hemos aprendido a recibir órdenes, hacer horarios y dar instrucciones; y también sabemos qué sistemas nos van mejor en términos laborales y sociales. Escogemos formas adecuadas de ocio y de placer, y tenemos capacidad para elegir amigos y hacer que esas relaciones funcionen bien.

Nuestro mundo público está aparentemente lleno de un sinfín de exigencias de tiempo, lealtad, dinero y energía; y ya  que es tan visible y real, hemos de luchar para hacer caso omiso de todas sus seducciones y demandas. Ese mundo pide a gritos nuestra atención y nuestra acción.

El resultado es que nuestro mundo interior se ve a menudo defraudado, descuidado por no gritar tan fuerte como el público. De hecho, puede ser pasado por alto durante largos períodos de tiempo hasta producirse un socavón.

El escritor escritor Oscar Wilde fue uno se esos que prestaban poca atención a su mundo interior; William Barclay cita la siguiente confesión de Wilde:

   Los dioses me habían dado casi todo, pero yo me dejé tentar por largos encantamientos de comodidad insensata y sensual…                                                                                         Cansado de estar en las alturas, bajé deliberadamente a las profundidades en busca de nuevas sensaciones. Lo que la paradoja era para mí en la esfera del pensamiento llegó a serlo la perversidad en el terreno de la pasión. Me hice cada vez más indiferente hacia los demás. Me complacía donde quería y seguía adelante. Me olvidé de que cada pequeña acción cotidiana edifica o desruye el carácter, y que por lo tanto, lo que uno ha hecho en la cámara secreta, ha de gritarlo un día desde la azotea. Dejé de ser dueño de mí mismo; ya no era el capitán de mi alma, y no lo sabía. Permití que el placer me dominara, y acabé en profunda ignominia.

Cuando Oscar Wilde dice: «Ya no era el capitán de mi alma», está describiendo a una persona cuyo mundo interior se halla en ruinas, cuya vida se hunde. Aunque sus palabras alcancen una alta cota de dramatismo personal, son semejantes a lo que muchos otros podrían decir… muchos que, como él, han pasado por alto su existencia interna.

Creo que uno de los grandes campos de batalla de nuestros días es el mundo interior del individuo. Particularmente aquellos que se consideran cristianos practicantes tienen una contienda que librar en este terreno. Entre ellos se encuentran los que trabajan duramente, asumiendo grandes responsabilidades en el hogar, en el trabajo y en la iglesia. Son buena gente, ¡pero están muy, muy cansados! Y por lo tanto viven a menudo al borde de un colapso tipo socavón. ¿Por qué? Porque aun cuando sus valiosas acciones sean muy distintas de las de Wilde, al igual que él llegan a estar demasiado orientados hacia el mundo público, ignorando el lado íntimo de su vida hasta que casi es demasiado tarde.

En Occidente, nuestros valores culturales han ayudado a cegarnos respecto a esta tendencia. Nos inclinamos ingenuamente a creer que cuanta más actividad pública tiene una persona, tanto más espiritual es en su vida privada. Creemos que entre más grande es la iglesia a la que pertenecemos, mayor bendición celestial obtendremos. Cuanta más información acerca de la Biblia posee un individuo, tanto más cerca _pensamos_ debe estar de Dios.

Ya que tendemos a pensar de esta manera, existe la tentación de prestar una atención desproporcionada a nuestro mundo público en detrimento del privado: más programas, más reuniones, más experiencias de aprendizaje, más relaciones, más actividad… hasta que hay tanto peso acumulado sobre a superficie de la vida que toda ella tiembla al borde del colapso. Entonces cosas como la fatiga, la decepción, el fracaso y la derrota se convierten en aterradoras posibilidades: nuestro descuidado mundo interior no es capaz ya de aguantar la carga.

Del libro: Ponga orden en su mundo interior de Gordon MacDonald. Cap. 1

«No permitiré que nada me domine»

«Todas las cosas me son licitas, más no todas convienen: todas las cosas me son lícitas, más yo no me meteré debajo de potestad de nada”. 1 Corintios 6.12

Esa frase: “Yo no me meteré debajo de potestad de nada”, es la declaración más grande de un propósito vital que se haya proferido. El hombre dominado en lo absoluto por la voluntad de Dios no estaba dispuesto a ponerse debajo de la potestad de nada.

Invirtiendo el orden: Quien no está en forma absoluta bajo la potestad de Dios, se encuentra bajo el dominio de todo: de sí mismo, de los demás, de las circunstancias, del mundo, de las contrariedades, de la desilusión.

 

Se cuenta la historia de un pajarillo al que se le ofreció un gusano a cambio de una pluma.
El pajarillo pensó que aquello era un buen negocio. Se ahorraría la molestia de buscar un gusano, y una pluma ni la echaría de menos. Pero un día despertó para hallarse con la amarga realidad de que había perdido todas las plumas y no podía volar.
Había cambiado su poder de volar por un gusano. Estaba atado a la tierra. Algo semejante nos está sucediendo: los poderes del alma, los valores morales, la facultad de remontarnos la estamos cambiando por cosas materiales. De seguir así, muy pronto el hombre será un alma muerta rodeada de insignificancias. Stanley Jones

 

Libro: Vida abundante

No con ejército ni con fuerza…

No con ejército ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová. Zacarías 4:6

 

No puedo siempre comprender los caminos por los cuales Dios me conduce. El porqué, el cuándo y el dónde son con frecuencia un misterio. Pero puedo confiar en su sabiduría, y sé que su camino es el mejor; su corazón es misericordioso, y en su amor descanso.

Parado a orillas de un río, observé los remolinos cercanos a la rivera. El remanso hacía que el agua hiciera su recorrido río arriba de la ribera. Mi primera impresión fue que el río estaba corriendo en sentido inverso al que le correspondía, pero cuando miré hacia la corriente principal vi que seguía su camino directamente hacia el mar.

Dios, con toda la fuerza y el poder que tiene a su disposición, trabaja de esta misma manera. Sus realizaciones silenciosas son serenas, indirectas, profundas y lentas en apariencia, de modo que tenemos que explorarlas para poderlas comprender y apreciar en su verdadera magnitud. En silencio, pero confiadamente, mueve sus obras día tras día. En las experiencias cotidianas, en el trabajo, en la iglesia y en la sociedad Dios da a veces la impresión que tuviera sufriendo una derrota y que los movimientos de su gracia y providencia fueran fracasos de modo que todos sus planes están trastornados y todo resulta en el sentido inverso del que quiere darle. Uno tiene que quitar su vista de la orilla, de los remolinos de la frustración del presente, y fijarla en la corriente completa del propósito de #Dios para su pueblo, para darse cuenta que Él siempre está ganando las batallas por métodos silenciosos y difíciles de comprender.

Dios obra por medio de individuos. Conquista un corazón y por medio de ese corazón derrama su propósito como un río. Dios realiza sus conquistas por medio de los santos que permanecen en absoluta dependencia de Él; hace que vivan por fe. En su programa no hay lugar para el yo.  Todo está destinado a Cristo. Sus hijos tienen éxito cuando son lo que los escépticos piensan es un fracaso. Vencen a su enemigos por medio del amor. El resto lo dejan al cuidado de Dios. El Señor sale siempre vencedor. Él sigue haciendo sus maravillas entre los telones y bajo la superficie de las aguas rugientes. M. Taylor

Manantiales en el Desierto 2